- Noviembre 2024 -
EDITORIAL
“La relación del discurso de poder y las muestras
de fuerza del nuevo Estado (judío) con la historia
de absoluta impotencia y victimización de la
Shoá empezó a forjarse ya durante la Segunda
Guerra Mundial [...] Este vínculo se intensificó
paulatinamente hasta convertirse en el gran
relato de la redención israelí [...] Tanto la
Shoá como el conflicto árabe-israelí se
separaban de sus contextos históricos
particulares, de sus complejidades y
contradicciones internas como acontecimientos
históricos; se desdibujaba la frontera entre
ambos, de modo que se convertían en entidades
míticas cerradas, impermeables a toda crítica,
que se entrelazaban y respaldaban mutuamente.
El contexto de la Shoá judía y el poder israelí se
erigía así en un factor esencial de la
consolidación de la identidad israelí [...] la
santificación del poder militar israelí, la
patria y sus fronteras, la muerte por la patria…”
Idith Zertal - La nación y la muerte.
Ser objetor de conciencia en Israel es un afán
muy difícil. Es un país construido sobre el
ethos de un pueblo que siempre está
amenazado y será atacado. La supuesta
seguridad lo justifica todo, se transforma
en la razón de ser y el militarismo en un
eje central de la vida pública, política y económica.
El culto de formar parte del ejército se aprende
desde la edad pre-escolar y en todos los espacios.
Ser un alto rango en el ejército es ser un héroe
de la nación, el que da su vida al colectivo.
Dentro de ese discurso se normalizan actitudes
violentas. El reflejo más lamentable de esta
actitud es la deshumanización del otro, de
los palestinos: En este año decenas de miles
de palestinos han sido masacrados y millones
de ellos están oprimidos por el ejército del
estado Israelí, pero aun el sentimiento
preeminente en la sociedad Israelí es ser
víctimas y confiar la seguridad al uso exclusivo
de la fuerza bruta. El peor castigo al que se
enfrentan los y las jóvenes que se niegan a
alistarse no son las penas de prisión sino el
estigma social. Las consecuencias y el daño
moral y psicológico que causa esto en la
población Israelí son interminables. Ese es el
resultado de la sacralización del ejército.
En octubre, dentro del marco de la 26ª edición
del Festival de Cine Judío de Barcelona,
vimos la película Innocence (2022), documental
de Guy Davidi sobre jóvenes israelíes que, sin
otra opción, se encuentran obligados a hacer
el servicio militar, y allí deciden poner fin a sus vidas.
VER TRAILER AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=LrcTWr-vpzg
La película saca a la luz un tema oculto
que es tabú y plantea preguntas difíciles,
y cuando Davidi muestra el militarismo
enraizado en la sociedad israelí y el
suicidio como una forma de resistencia,
las sensaciones son aún más duras. Tal vez
esta sea la razón por la que Innocence fue
mal recibida en Israel y solo ha sido
programada por dos festivales de cine
judío de los ciento treinta que hay en el mundo.
¿Cómo es posible resistirse a la maquinaria
militar cuando esta se graba desde la edad
preescolar y forma parte de un sistema
normalizado? ¿Cómo se puede promover
un proceso de paz y reconciliación, cuando
se ha promovido durante décadas la idea
de que las fuerzas armadas podían manejar
el conflicto a la par que la ocupación ha ido
avanzando? ¿Cómo es posible ahora, con
el gobierno más violento de la historia
violenta de Israel, que no quiere escuchar
nada que no sea el ruido de las armas,
incluso a riesgo de asesinar a los rehenes
que siguen secuestrados en Gaza?
¿Cómo hacerlo…?
Hace unas semanas,
ciento treinta soldados firmaron una carta
en la que se niegan a servir en los territorios
ocupados si no se avanza en un acuerdo de
liberación de rehenes y un alto el fuego.
La carta recibió duras críticas por parte del
gobierno, junto con amenazas de arresto.
Esta no es la primera vez que la objeción
de conciencia, la negativa a participar en
la guerra, se convierte en una herramienta
clave en la lucha contra la guerra. Durante
la primera guerra del Líbano se fundó
el movimiento Yesh Gvul, en el que los
soldados se negaban a servir en una
guerra sangrienta y sin sentido.
El movimiento feminista
ha estado promoviendo el rechazo
a participar en la ocupación y en
el ejército durante muchos años,
al igual que el movimiento Mesarvot.
El 7 de octubre dejó la opción de la
negativa aún más imposible de lo
que ya era antes. La cuestión de
qué se puede hacer frente a un
gobierno que impone su voluntad,
su guerra, inquieta a muchos
habitantes de Israel. Así, en los
últimos días, hemos sido testigos
de una petición de israelíes, hasta
hoy firmada por tres mil trescientos
ciudadanos, que está ganando impulso
y que llama a ejercer presión internacional,
por parte de la ONU, Estados Unidos, la
Unión Europea y todos los países del mundo,
sobre Israel, mediante la imposición de
sanciones, para lograr un alto el fuego
inmediato entre Israel y sus vecinos.
Este paso simboliza de forma aguda
la sensación de impotencia que muchos
ciudadanos en Israel sienten frente a la
máquina militar, que no les deja ninguna
opción, ni en el campo de batalla ni en la
esfera civil, donde en ambas sienten que
no tienen voz, con una política que se les
impone.
Publicamos en este boletín dos entrevistas al
director Guy Davidi aparecidas en los medios
catalanes Vilaweb y Ara, con ocasión de la
proyección de Innocence en el Festival de
Cinema Jueu de Barcelona.
Asimismo compartimos un revelador texto
de Idan Landau, del 2002 que analiza
los argumentos -o más bien consignas
interiorizadas por el conjunto de la sociedad,
que son utilizados para disuadir a los
jóvenes israelíes de su negativa a hacer
el servicio militar. Este escrito pone en
evidencia la ausencia de debate sobre
la prestación militar obligatoria y los
mecanismos de coacción para que todo
o toda joven se vea obligado moralmente
a tomar las armas.
Por último, invitamos al lector a seguir
las comunicaciones y testimonios de la
asociación de ex-soldados israelíes
Breaking the Silence, constituida en
2004 para desvelar al público israelí
los abusos que estaba cometiendo
su ejército contra la población civil
en los territorios ocupados, y más
tarde en Gaza; romper el silencio
es una manera de agrietar la
auto-complacencia respecto al ejército
“más moral del mundo” y promover
un debate consciente sobre los límites
y las funciones de la fuerzas armadas.